Una persona que se siente ofendida o agredida por su compañero está preceptuada de reprenderlo para que el agresor entienda que su accionar o sus palabras resultaron hirientes y puedan entonces reparar la buena relación que tenían. Tal como fue dicho: "No odies a tu hermano en tu corazón. Reprenderás a tu hermano para que no cargues con la culpa […] Y amarás a tu prójimo como a ti mismo. Yo soy HaShem" (Vaikrá-Levítico 19:17-18). Si la persona ofendida oculta su sentir, guardando odio en su corazón (al agresor), está transgrediendo la prohibición de odiar y se excluye del cumplimiento del precepto de reprender y amar a su compañero. Dado que el objetivo último es corregir y no excluir o envanecerse, el reproche debe ser expresado de un modo respetuoso con el cuidado de no ofender o causar dolor innecesariamente al reprendido. A veces, resulta que el agresor no tenía intención alguna de ofender y tras saber que su conducta resultó ofensiva se disculpa y se cuida de no volver a incurrir en ella, resultando que no era necesario enojarse con él, sino que alcanzaba con realizarse la observación con calma y afecto. A veces, resulta que la ofensa era fruto del error, y si alguien tenía que ofenderse era el mismo compañero, por lo que quien le reprende debe finalmente disculparse por haber sospechado erróneamente de la conducta del primero. Por ello, quien reprende debe hacerlo en un tono de duda y predispuesto a escuchar la respuesta de su prójimo.
Aun cuando el ofendido esté convencido de que su reproche no será de utilidad, ya que su compañero suele conducirse con las demás personas siempre de un modo altanero, está preceptuado de reprenderlo de un modo respetuoso ya que siempre existe una cierta posibilidad de que sus palabras permeen en el corazón del agresor. Incluso si rechazara el reproche, es de suponer que, si cada persona que se siente ofendida por su conducta se lo hace saber, con el correr del tiempo mejorará un poco su comportamiento.