Es un precepto de gran importancia recibir un huésped en la casa, honrarlo, servirle buenos alimentos y alegrar su corazón, y cuando se va es preceptivo acompañarlo a la salida para demostrarle que su visita causó alegría. Cuando el camino resulte peligroso y se tema que el huésped pueda equivocarse, es necesario acompañarlo hasta un sitio desde el cual pueda emprender su viaje en el rumbo correcto.
La Torá se extiende en el relato de cómo nuestro patriarca Abraham y nuestra matriarca Sará invitaron a su tienda a huéspedes que se habían agotado por causa de su camino, les dieron de beber, les sirvieron buenos alimentos y por mérito de ello les fue anunciado el nacimiento de su hijo Ytzjak en los días de su vejez (Bereshit-Génesis 18). Asimismo, la Torá nos relata cómo por el mérito del hospedaje o recibimiento de huéspedes de nuestra matriarca Rivká, que atendió a un viajero desconocido e incluso dio de beber a sus camellos, tuvo el mérito de casarse con nuestro patriarca Ytzjak y ser una de las cuatro madres del pueblo de Israel (ídem 24). En el pasado, el elemento central de este precepto era hospedar a personas pobres o a extranjeros que se veían en la necesidad de deambular lejos de sus hogares y necesitaban alimentos y un sitio donde pernoctar. En la actualidad, a D's gracias, disminuyeron considerablemente los huéspedes necesitados de alimentos, pero muchos de ellos sufren de soledad, alienación y depresión y se ven necesitados de recibir asistencia y aliento, por lo que resulta un gran precepto prestarles atención, invitarlos y agasajarlos para que sepan que las personas se alegran con su presencia y de ese modo sientan potenciar sus fuerzas y conferir a sus vidas valor y significado. Asimismo, es un gran precepto agasajar a nuevos inmigrantes (olim jadashim) y especialmente a los solteros y solteras que viven en el país sin familia, ya que, si bien no les falta qué comer ni dónde dormir, definitivamente carecen de familia y de un círculo social.