Está prohibido provocar disgusto a una persona tanto verbal como físicamente, tal como fue dicho: "Y no habréis de hacer sufrir hombre a su prójimo, y habrás de temer de tu D's. Ya que Yo soy HaShem vuestro D's". La prohibición incluye no llamar a una persona por un apodo despectivo, o burlarse de que alguien es obeso o tonto y demás, así como burlarse de algo que haya hecho, o de algo que haya dicho. De igual manera, está prohibido ofender a una persona recordándole transgresiones de las cuales ya se ha arrepentido.
Cuanto mayor es la ofensa, mayor es el pecado cometido. Por lo tanto, quien avergüenza a su compañero en público incurre en una gravísima transgresión, al punto de que en cierto modo se lo considera como quien derrama sangre, ya que a veces una ofensa grave puede destruirle la vida a una persona. A veces, las humillaciones recibidas durante la infancia o la adolescencia llevan a la persona a temer relacionarse con los demás, por lo que no logra casarse, quedando sola, carente de amor y alegría. Otras veces, una persona que fue humillada por sus compañeros de trabajo deja de creer en su capacidad de triunfar, fracasa en su ocupación y pierde su fuente de sustento. Cuando se humilla a un anciano, este puede llegar a pensar que ya no es de provecho y su vida se acorta. Por ello dijeron nuestros sabios que "es mejor arrojarse a un horno ardiente que humillar a un compañero en público".
(Nota de Editor: recordar el kivshán haesh – horno de fuego ardiente – al que fue arrojado nuestro patriarca Abraham por desobedecer al tirano de Nimrod; así como Mishael, Jananiá y Azariá, arrojados al horno ardiente por negarse a rendir culto idolátrico ante Nabucodonosor).