Es preceptivo juzgar benévolamente al prójimo, tal como fue dicho: "Con equidad habrás de juzgar a tu prójimo" (Vaikrá-Levítico 19:15). O sea, cuando es posible interpretar las acciones del prójimo tanto positiva como negativamente – es preceptivo darle una interpretación positiva. En todo ser humano existen aspectos buenos y malos, por lo que casi cada acción puede ser interpretada tanto positiva como negativamente y, en definitiva la pregunta es qué es más importante. En este precepto la Torá nos enseña que lo principal es el bien, pues el ser humano verdaderamente aspira a él. Más aún, cuando una persona juzga favorablemente a su prójimo cambia la realidad para bien, estimula y empodera los aspectos positivos, tanto los suyos como los de sus compañeros.
Esto es así a condición de que la interpretación positiva sea lógica, pero si resulta difícil racionalmente interpretar para bien la acción o las palabras, no es preceptivo hacerlo. Sin embargo, cuando se trata de una persona justa, aunque haya realizado una acción que resulta difícil de interpretar positivamente, mientras resulte posible de alguna forma hacerlo, es preceptivo juzgar la situación para bien. Eso también resulta ser lo más lógico, ya que una mala acción contradice el carácter y las aspiraciones de la persona justa, por lo que cuanto más virtuosa es la persona, la lógica indica que es necesario esforzarse para juzgarlo favorablemente.
Por el contrario, cuando se trata de una persona malvada, dado que optó ir por el mal camino, aunque sus acciones puedan ser interpretadas positivamente - es acertado no hacerlo. Y aunque a veces también el corazón del malvado aspira internamente al bien, dado que en la práctica optó por hacer el mal, la lógica indica que la generalidad de sus acciones está mal intencionada y por ello no debe ser juzgado favorablemente.