El último de los Diez Mandamientos reza: "No codicies la casa de tu prójimo. No codicies la mujer de tu prójimo, ni su siervo ni su sierva, ni su buey ni su asno, ni nada de lo que es de tu prójimo" (Shemot-Éxodo 20:14). La observancia de este precepto evita infringir numerosas prohibiciones ya que el deseo y la ambición son los causantes de las transgresiones del hombre para con su prójimo. Esta prohibición consiste en dos etapas: en la primera, la persona codicia lo que le pertenece a su semejante y planifica cómo conseguirlo por medio de la astucia; en la segunda etapa, peor en gravedad, comienza a actuar por medio de la seducción, la persuasión y diferentes artimañas para obtener lo que pertenece a su compañero, y a veces llega incluso a recurrir a la fuerza para robar o forzar.
Este precepto resulta también un buen consejo para una vida feliz ya que quien envidia a su compañero y desea lo suyo se acostumbra a pensar que su felicidad depende de aquello que no le pertenece, cuando en realidad esta depende de su capacidad de alegrarse con el fruto de su trabajo. Tal como dijeron nuestros sabios: "La envidia, la ambición desmedida y el ansia por los honores, alejan al hombre del mundo", ya que estos defectos impiden que la persona esté feliz con su parte en el mundo, y cuanto más desee saciar sus deseos, querrá más y más ya que su vida está desprovista y vacía de todo valor o significado. El remedio para la codicia es la fe en HaShem y agradecerle por todas las bondades de la vida. Para reforzar la alegría y el agradecimiento, nuestros sabios establecieron las bendiciones por el disfrute, por medio de las cuales aprendemos a ser agradecidos por todo lo bueno de nuestras vidas y alegrarnos de ello (adelante 23:1).