Es virtuoso para una persona decir palabras de elogio a sus compañeros y así alegrarlos, estimularlos y fortificarlos. Sin embargo, es necesario que el elogio sea exacto y sincero, porque solo así, potenciará los aspectos positivos de sus congéneres. Por el contrario, los elogios falsos transgreden la prohibición de mentir y de adular y causan más perjuicio que beneficio. En los casos en los que se espera que una persona diga un elogio, por ejemplo, una mujer que le muestra a otra un vestido nuevo que acaba de comprar y a pesar de que a sus ojos la prenda no es bonita, para no ofenderla es correcto que le elogie la compra refiriéndose a los aspectos positivos de la adquisición. No obstante, no habrá de exagerar o extenderse en sus halagos para no impulsar a su amiga a seguir errando en la elección de sus vestidos. Cuando una persona escucha que su amigo fue injustamente perjudicado debe alentarlo y repudiar a quienes perpetraron el daño teniendo cuidado de no agudizar el pleito.