Es preceptivo para el hombre contemplar y valorar todo el bien que su familia y amigos le dispensan, tanto sea por la ayuda que le prestan o por las palabras de halago y de estímulo que le dirigen y ha de agradecerles por todo ello. En este reconocimiento, la persona da a entender que la relación benévola hacia él no se da por sentada y que le corresponde agradecer por ella. Por medio del agradecimiento la bendición se multiplica, ya que este potencia el significado de todas las buenas acciones y amables palabras, estimulando a la persona a continuar prodigando el bien. El desagradecido, sin embargo, peca de soberbia y bloquea el flujo de la abundancia y la bendición, amén de que no será feliz porque siempre sentirá que no fue tratado lo suficientemente bien y que merece mucho más.
Es también preceptivo agradecer educadamente y con buen corazón a personas extrañas por toda ayuda o gesto, aun cuando su ayuda fue prestada en el marco de sus obligaciones laborales. Por ejemplo, en el caso de los cajeros en el supermercado, el personal de atención en las tiendas o los funcionarios en general. Resulta preceptivo agradecerles, ya que corresponde valorar a cada persona que cumple con su función y brinda ayuda al prójimo.