De todas las acciones realizadas por el ser humano, el habla es aquella que expresa de mejor manera la singularidad humana. De no mediar el habla, la sociedad humana no habría existido ni se habría desarrollado, y el intelecto habría permanecido en estado primitivo sin posibilidad de manifestarse y realizarse. A los efectos de preservar nuestra virtud humana, es necesario tener para con el habla una actitud reverencial y alejarnos de cualquier tipo de mentira, tal como fue dicho: "Te alejarás de palabras falsas" (Shemot-Éxodo 23:10). Cuanto mayor es el daño causado por la mentira a nuestro semejante, mayor es su gravedad, incluyéndose otros pecados, como en el caso de una persona que debe dinero, pero niega la deuda, o en el de un comerciante que engaña a sus clientes respecto de la calidad de la mercadería.
También se prohíbe una mentira que no implica un daño para el prójimo, dado que la virtud de decir la verdad es demasiado preciada, ya que por su intermedio el ser humano aprende a entender el mundo. Por el contrario, quien miente crea una imagen falsa del mundo que le impide su conocimiento y conectarse al Creador del universo, fuente de toda verdad, de la fe y de los valores morales. Por ello nuestros sabios dicen que los mentirosos y aduladores no serán merecedores de contemplar la Presencia Divina. (Penei HaShejiná).
En la prohibición de mentir se incluye la de copiar en un examen. Si bien a corto plazo es probable que copiar resulte beneficioso para el infractor, a largo plazo le resultará dañino. En vez de esforzarse por triunfar de verdad, se acostumbrará a procurar los caminos fáciles que finalmente habrán de dejarlo rezagado.
La responsabilidad de decir la verdad incluye el deber de cumplir con la palabra. Si una persona se comprometió a ayudar a su compañero o hacer un obsequio a un familiar, deberá actuar conforme a lo declarado. En caso de que la persona tema no poder cumplir con su compromiso deberá declarar a priori que no se compromete para no obrar de un modo no confiable.