Cuando trabajadores de los medios de comunicación honestos condenan a personas malvadas para evitar que continúen causando daño cumplen con el precepto de reprender al prójimo que incurre en una inconducta, actitud indispensable para el perfeccionamiento del mundo, ya que en caso de no haber personas rectas que condenen a los malvados es imposible poder vencerlos. Aparentemente, todo enfrentamiento entre un justo y un malvado supuestamente debe culminar con la victoria de este último por cuanto que el malvado se permite recurrir a mentiras y demás herramientas desleales para derrotar al justo mientras que las manos del justo se ven maniatadas por las reglas de la justicia y la decencia. Sin embargo, la persona justa cuenta con una ventaja: la ventaja moral; él puede definir al malvado como tal, y dado que los valores tienen un peso decisivo, la afirmación de que fulano es un malvado conducirá a la victoria de los justos. Sin embargo, si los justos renuncian a su derecho a definir a los malvados como tales y condenarlos carecen de posibilidad alguna de vencerlos.
Sobre los hombros de los comunicadores pende el gran peso de la responsabilidad de analizar el quehacer público con rectitud y equilibrio y ver la realidad de quienes se presentan ante los medios. En caso de equivocarse y afirmar que un justo es un malvado y condenarlo – estará incurriendo en un doble pecado, ya que además de afectar y hacer sufrir al justo lleva a la opinión pública al error de alejarse de este y dejar de aprender de sus buenas acciones. Asimismo, cuando un comunicador condena a un público que es positivo o valioso para el entramado social, al margen del lashón hará involucrado en el ataque induce al error a la opinión pública y evita que aprenda del ejemplo de ese sector.