Una persona tiene prohibido denigrarse por medio de palabras groseras o soeces pues estas transforman el hablar vital destinado a incrementar la bendición en un hablar mórbido, semejante a un animal muerto y maloliente cuya ingestión está prohibida. En caso de que las malas palabras hayan incluido maldiciones para su compañero, se está infringiendo también la prohibición de afrentar al prójimo. Dado que es sabido que los soldados tienden a hablar groseramente, la Torá los advirtió especialmente de no hacerlo (adelante 17:20).