El ideal de Israel es que la tierra prometida esté habitada por el pueblo judío, que en el Monte del Templo se erija el Sagrado Templo, que todos los aspectos de la vida nacional se conduzcan con moral y santidad de acuerdo con las directivas de la Torá y que el pueblo de Israel sea luz para las naciones. Tal como fue dicho: "Y será en el final de los días que el Monte de HaShem se establecerá en la cumbre de las montañas y se elevará desde las colinas y fluirán a éste todas las naciones. Y acudirán muchas naciones y dirán - ascendamos al Monte de HaShem, a la Casa del D's de Ya'akov para que nos enseñe de Sus caminos y andemos por Sus sendas, pues de Sion saldrá la Torá y la palabra de HaShem de Jerusalém" (Yshaiahu-Isaías 2:2-3). A los efectos de concretar esta idea es necesario que todo el país esté habitado por judíos y solamente puedan sumarse Bnei Noaj bajo un estatus de extranjero residente (guer toshav), esto es, personas que se identifican con la soberanía del pueblo judío en su tierra y con su misión particular y cumplen los siete preceptos de Noaj que son los que expresan o manifiestan la moralidad humana (arriba 2:4), tal como fue dicho: "Que no se asienten ellos en tu tierra; no sea que te hagan pecar ante Mí cuando adorares a sus dioses, ya que sería para ti por obstáculo" (Shemot-Éxodo 23:33). Asimismo, fue dicho: "No establezcas con ellos pacto y no les permitas establecerse" (Devarim-Deuteronomio 7:2). "Pero si no vais a desterrar a los habitantes de la tierra de delante de vosotros, los que dejéis de ellos serán espinos en vuestros ojos y aguijones en vuestros costados; y os hostigarán en la tierra que vosotros habitáis" (Bamidbar-Números 33:55). En el marco de la guerra es necesario expulsar al enemigo, y en el de la paz es apropiado estimular la emigración mediante el pago compensatorio por todos sus bienes.
Hace unos ochenta años, a raíz de la segunda guerra mundial, ante la anuencia de las potencias y con la finalidad de evitar conflictos étnicos al interior de los países, poblaciones enteras de decenas de millones de personas fueron trasladadas de su sitio de residencia en Europa y demás continentes. Pero en la actualidad una solución de este tipo no es aceptada por la comunidad internacional y tanto la seguridad como la economía del Estado de Israel no permiten pasar por alto su posición al respecto. Más aun, en las últimas generaciones, por efecto de la influencia moral de la Torá en el mundo, tuvimos el mérito de que las naciones adoptaron normas que salvaguardan los derechos de las minorías, y debemos aceptar como principio rector esta postura moral. A pesar de ello, esta postura no deja sin efecto el ideal que la Torá presenta ante nosotros, y en el marco de la normativa moral aceptada en la actualidad debemos procurar diseñar una política social y económica que promueva la emigración de no judíos que no se identifican con nuestros valores, por ejemplo, mediante el enrolamiento militar universal y dejar sin efecto los beneficios de los que gozan quienes por motivos nacionalistas no deseen hacerlo. Asimismo, es de suponer que la tensión étnica existente entre judíos y árabes conduzca a más crisis y guerras, y si este objetivo habrá de regir nuestro actuar, podremos aprovechar oportunidades que se presenten y hacer que los conflictos bélicos tengan como resultado la expulsión de elementos hostiles de nuestro país, tal como aconteció en la guerra de la independencia.
Mientras tanto, dado que en la práctica no podemos expulsar a quienes no son meritorios de ser considerados 'extranjeros residentes' (guer toshav), rige el precepto básico de tratar con dignidad a todas las creaturas. Quizás esta sea la intención de la Divina Providencia, que a lo largo del tiempo muchos de los gentiles que habitan en la tierra de Israel entiendan y aprecien el bien que conlleva el retorno judío a Sion y la concretización de las profecías, y su odio hacia nosotros se vea anulado y se transformen en fieles socios del ideal de la redención de Israel y la reparación del mundo.