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En la tierra de Israel es preceptivo cesar en la labor agrícola cada séptimo año, y la Torá prometió que quien guarde el año sabático verá bendición en su labor el resto de los años y de ese modo podrá mantenerse cómodamente durante este. Además de la bendición celestial, el reposo en el año sabático le enseña al pueblo de Israel a ahorrar cosecha, aceite y vino durante los seis años para usarlos en el séptimo. En virtud de ello aprendían a posponer placeres y ahorrar, no solamente para sobrevivir sino también para invertir. Esto y más, el tiempo libre del séptimo año era dedicado al estudio de la Torá y a compartir con la familia, con lo cual se inspiraban para mejorar y desarrollar el trabajo durante los seis siguientes años. Tras siete años sabáticos, en el año cincuenta, se nos preceptuó que cesemos y celebremos el año del jubileo, en el cual se devolvían todas las tierras a sus dueños originales (arriba 5:3). Existe otro precepto a cumplir al finalizar el séptimo año y es el de la condonación de las deudas, y debe cumplirse también en el extranjero (arriba 6:17). Los preceptos del séptimo año y del jubileo dependen de que el pueblo de Israel esté asentado en su tierra, cada tribu en su territorio, de modo tal que todos cesan juntos en sus labores y se fortalecen mutuamente en su cumplimiento sin tener que competir con los extranjeros que no precisan abandonar sus tareas. Sin embargo, cuando la mayoría de la nación no se encuentra en su tierra, como en la actualidad, el precepto rige únicamente por mandato rabínico. Por ello, en caso de necesidad, para poder mantener la actividad agrícola, se deja sin efecto la obligatoriedad del precepto por medio de la venta de la tierra a un gentil, en el marco del mecanismo de heter mejirá o 'permiso de venta'.
