Es un precepto para el pueblo de Israel conducirse del modo más ético posible durante la guerra. Por lo tanto, antes de iniciar una guerra contra el enemigo, aunque se trate de uno malvado como Amalek, es preceptivo ofrecerle un arreglo pacífico, tal como fue dicho: "Cuando te acercares a una ciudad para combatir contra ella; le dirigirás un llamado por la paz" (Devarim-Deuteronomio 20:10). La propuesta de arreglo pacífico significa una rendición digna, que incluye principalmente mantener una cierta autonomía bajo gobierno israelí, el pago de impuestos y el cumplimiento de los siete preceptos de Noaj. Si la propuesta es rechazada se inicia la guerra con el objetivo de obtener una victoria absoluta que deje al enemigo carente de toda voluntad de iniciar posteriores acciones bélicas contra nosotros. Por lo tanto, cuando se acostumbraba a ejecutar a todos los varones del bando derrotado, el pueblo de Israel tenía el deber de hacerlo, tal como fue dicho: "y matarás a todos sus varones a filo de espada" (ídem 13), ya que, de no ser así, con seguridad sobrevendrá una nueva batalla que vuelva a poner en riesgo nuestra existencia, y quién sabe cuál pueda ser su resultado. Esto y más, si Israel no ha de proceder según la práctica imperante, todas las naciones a su alrededor sabrán que siempre resultará conveniente combatir contra los judíos ya que si vencen – bien, y en caso de caer derrotados, las consecuencias no habrán de ser terribles. Resulta entonces que la exigencia moral hacia Israel opera en dos áreas: la primera, el precepto de ofrecer un acuerdo pacífico, y la segunda, que tras la victoria es necesario destruir al enemigo en la medida necesaria y conforme la justicia de la época sin excederse de ello. En la antigüedad, era sabido que los reyes judíos eran generosos y algunos de ellos hicieron concesiones excesivas a sus enemigos y al final cayeron en sus manos (Reyes I 20). Hubo otros que procedieron según lo que dice la Torá, mediante una combinación adecuada de rigor y generosidad, tal como el rey David, y condujeron a Israel a victorias magníficas y a largos periodos de paz.
También en nuestros días, debemos aspirar a una victoria contundente, hasta la rendición absoluta de nuestros enemigos, tanto para disuadir como para castigar, teniendo el cuidado de no dañarlos más de lo necesario y lo aceptado en nuestros días. Esto es así ya que a D's gracias, por medio de la influencia de la Torá y de los grandes maestros de Israel junto a los justos de todas las naciones, el mundo ha avanzado moralmente, y ya es aceptado que no se puede matar a un soldado enemigo fuera de combate, ni se puede afectar a la población civil que no actúa como cobertura del enemigo. De todas maneras, es necesario que la victoria sea contundente, de modo tal que disuada a nuestros enemigos a largo plazo, y exista un castigo proporcional, esto es, que nosotros les inflijamos aquello que procuraron infligirnos. De igual manera, en casos difíciles, cabe aprender del precepto de eliminar a Amalek, ya que ante sociedades malvadas que dedican toda su existencia únicamente al terrorismo y la destrucción resulta necesario combatir sin cuartel (adelante 39:3).