Numerosos preceptos fueron ordenados al rey de Israel: que no tenga demasiadas mujeres, que no tenga más dinero o caballos que los necesarios para las funciones reales, que escriba para sí un rollo del Pentateuco y lo lleve consigo a donde fuere para que recuerde siempre que el reino está supeditado a las leyes de la Torá y actúa según estas, para que su corazón no se ensoberbezca sobre sus hermanos y los trate con respeto, recordando siempre que la función del reino es servir a la nación. Sin embargo, no fue ordenado un precepto explícito de erigir un rey. De esto aprendemos que lo principal del mandato bíblico es que el pueblo de Israel erija una autoridad oficial o estatal en concordancia con lo oportuno y lo adecuado para el pueblo en el momento histórico determinado, sea bajo régimen monárquico o republicano democrático, lo fundamental es que esté supeditado a las leyes y a la moral de la Torá y se preocupe de concretizar su ideal. De no mediar un liderazgo digno, poseedor de autoridad y capacidad de imposición, no resulta posible nombrar jueces ni establecer gendarmes que juzguen a la nación con justicia y apliquen la norma. Sin un marco institucional, no resulta posible formar un ejército para que proteja al pueblo de sus enemigos ni construir el Templo y efectivizar así el ideal de lo sagrado en el pueblo de Israel.