Cuando pensamos en el largo plazo, vemos que quienes escogen el bien se ven también beneficiados en este mundo por medio de las leyes naturales. Por el mérito de su fidelidad logran establecer una buena familia y deleitarse con ella, por el mérito de su laboriosidad y rectitud se ganan la confianza en su trabajo y logran un sustento estable. Por encima de todo, tienen deleite y satisfacción de las buenas acciones realizadas, y cuando les ocurren desgracias, encuentran en estas un significado que agrega bendición a sus vidas. Por el contrario, quienes escogen pecar ven que por lo general en el largo plazo sus vidas tienden a empeorar cualitativamente; la infidelidad hace que su vínculo amoroso se desmorone y sus familias se desintegren, dado que a veces no son del todo rectos en su proceder a menudo las personas prefieren no contratarlos ni establecer sociedades con ellos, y debido a su soberbia carecen de amigos verdaderos. Por sobre todas las cosas, carecen de una genuina satisfacción ya que sin fe ni valores sus vidas son huecas, por lo que incluso los deleites mundanales les resultan decepcionantes en virtud de su vacuidad, y cuando les sobrevienen desgracias carecen de consuelo, llenándose de enojo y desesperación. Esta es la prueba que se presenta ante el ser humano: su inclinación al mal lo lleva a contemplar el mundo desde una óptica superficial y cortoplacista, corriendo tras el dinero, el honor y las pasiones, mientras que la inclinación al bien lleva a la persona a contemplar la realidad en profundidad y a largo plazo, y vivir así una vida plena de valores, creación y bendición. Por ello, a pesar de que a largo plazo en este mundo los justos triunfan más y los malvados sufren y fracasan, aun así, se mantiene en pie el libre albedrío.