Cuando los hijos de Israel son castigados por medio de la destrucción y el exilio, la conducción Divina de este mundo se torna sumamente oculta, y parece como si HaShem abandonase la tierra y el mal se apoderase del mundo redundando en una situación buena para los malvados y desfavorable para los justos. Pues, así como las fuerzas del mal se intensificaron destruyendo el Templo de Jerusalém, de igual manera la senda de los malvados resulta venturosa. Y si bien aparentemente no resulta justo que las buenas personas sufran más, ese es el camino de los hombres de bien, que se lamentan más por el exilio del pueblo judío que por su propio destino individual y mientras que el honor celestial se vea profanado su corazón padece. Por el mérito de su dolor y de su duelo acercar la llegada de la redención y su recompensa es muy grande.