El pueblo de Israel está preceptuado de erigir un santuario en el Monte del Templo en Jerusalém, sobre el cual habrá de reposar la Divina Presencia y en el cual se habrán de manifestar el conjunto de los valores Divinos y del cual emergerá inspiración de fe y Torá para Israel y el mundo todo, tal como fue dicho: "…y harán para Mí un santuario y residiré en medio de ellos" (Shemot-Éxodo 25:8). En un inicio el pueblo de Israel erigió un Tabernáculo, esto es, un santuario temporario que marchó junto a ellos por el desierto y cuando ingresaron a la tierra prometida se instaló en Shiló. Sin embargo, el precepto ordenaba que una vez que la nación consolidase su reino en la tierra prometida y descansase de sus enemigos, se debía construir el Templo en su sitio permanente (Devarim-Deuteronomio 12:9-11). Y así fue. Una vez consolidado el reino por medio del rey David, su hijo Shelomó erigió el Templo en Jerusalém. Empero, por causa de nuestros pecados, tras cuatrocientos diez años los babilonios destruyeron nuestro sagrado Templo. Unos setenta años después los judíos erigieron el Segundo Templo, pero como la mayoría de estos permanecieron en el exilio, la Divina Presencia no reposaba sobre el novel Santuario tal como lo hizo sobre el primero. Lamentablemente, a raíz de nuestras transgresiones, tras cuatrocientos veinte años este Templo también fue destruido a manos de los romanos, y todos los días oramos para que sea reconstruido pronto en nuestros días.