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En tiempos del Templo de Jerusalém era preceptivo traer las primicias a los cohanim que servían en el Santuario. Cada judío que poseía un campo en la tierra de Israel y cultivaba en este alguna de las siete especies, al divisar los primeros frutos en el inicio de su crecimiento los marcaba y decía: 'Estos son para las primicias', y cuando maduraban los cortaba, los colocaba en una cesta bonita y los llevaba con gran pompa y esplendor a Jerusalém. Cuando presentaba esta ofrenda ante el cohen recitaba 'el texto de las primicias' (mikrá bikurim) el cual narra la historia y la misión del pueblo de Israel. Luego, se prosternaba ante HaShem y comía con alegría junto a los miembros de su familia y compartía su banquete con las personas necesitadas.
Al igual que con las primicias de reino vegetal, resulta igualmente preceptivo consagrar a cada primogénito de entre los animales y traerlo al cohen para sacrificarlo. Asimismo, es preceptivo consagrar a todo hijo primogénito y rescatarlo (arriba 13:5), y tan importante es el mandamiento de la santidad del primogénito que esta porción de la Torá está incluida entre las cuatro que se encuentran en el interior de las filacterias (adelante 20:8). La idea es que en cada detalle de la Creación, debe primeramente manifestarse el ideal sagrado y de ese modo hacer que fluyan de este inspiración y bendición para todo lo que aparece con posterioridad. De igual manera, en cada decisión importante tal como contraer matrimonio, la elección de una profesión, la elección del lugar de trabajo o de residencia, el primer criterio a tener en cuenta debe estar vinculado a los valores y preguntarse si por medio de tal o cual decisión podremos ser mejores personas y de mayor utilidad en aras de la reparación del mundo, y en función de ello sopesar adecuadamente todas las demás cuestiones a tener en cuenta y tener así bendición en todo cuanto emprendamos.
