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A pesar de la santidad implícita en el matrimonio, la Torá estableció la posibilidad de divorciarse, y en casos difíciles, el hacerlo resulta un precepto. El objetivo del matrimonio es que los cónyuges vivan con amor, alegría y en paz, y cuando surgen entre ellos discusiones y malestar está permitido dejarlo sin efecto. No obstante, los cónyuges deben hacer todo lo posible para mantener su pacto nupcial y deben también saber que muchas de las personas que toman la iniciativa de divorciarse reconocen años después que su decisión fue errada. Cuando discutían, estaban convencidos de que tras el divorcio su vida mejoraría, pero en la práctica los problemas y las frustraciones continuaron acompañándolos. Aun cuando volvieron a casarse, descubrieron que, de no mediar una actitud positiva, dedicación a la pareja y disposición a ceder, la vida de pareja resulta conflictiva, y de haber actuado correctamente en su primer matrimonio podrían haber tenido una vida buena y feliz. Además, en la mayoría de los casos el divorcio influye duramente en los niños. Por ello, los miembros de la pareja deben hallar el modo de hacer las paces y evitar el divorcio.
