Visitar a personas enfermas es un gran precepto. Esta acción persigue dos objetivos: el primero es participar del sufrimiento del enfermo, alentarlo y rezar por él. A veces, por causa de los muchos dolores el enfermo pierde el sentido de la vida y cae en la desesperación, lo cual le impide enfrentar la dolencia, por lo que quien lo visita cultiva en su interior la fe en que puede superar la enfermedad. Además, cuando se trata de una enfermedad terminal, las visitas pueden infundirle el ánimo que le permita percibir el valor de cada día suplementario que permanece con vida, lo cual le permitirá culminar sus días con compasión y con bien. El segundo objetivo de la visita es revisar si el enfermo requiere de ayuda como ser cuidarlo en las horas que permanece solo, acompañarlo a procedimientos médicos o ayudarlo a financiar su tratamiento.
En el caso de los trabajadores de la salud, se trata de una oportunidad maravillosa de cumplir a diario este gran precepto. En la medida en que traten a los enfermos con gran respeto y amor, y los traten con diligencia y eficiencia estarán cumpliendo en mayor medida este gran precepto. Sin embargo, no alcanza con el sistema médico público, y aunque el paciente sea correctamente tratado por parte del personal de la salud es preceptivo para sus familiares, amigos y conocidos hacer todo lo posible por animarlo y ayudarlo. Nadie está exento de estar enfermo o sufrir de una incapacidad, por lo que es correcto que mientras esté sano intente ser generoso con los enfermos y los heridos. Quizás, por acción de la bondad Divina no habrá de enfermarse ni sufrirá heridas, y si D´s no lo quiera esto llegara a sucederle, al recibir ayuda lo hará de buen ánimo y recordará el apoyo que tuvo el mérito de brindar a las personas enfermas cuando aún estaba sano.