El precepto de la ternera degollada -eglá arufá- es uno de aquellos destinados a arraigar en el público la noción del valor de la vida humana y la responsabilidad que recae sobre los líderes de la sociedad de consolidarlo. Así era el precepto: si se encontraba una persona muerta en medio del campo y se desconocía quién la había matado, los ancianos (o los sabios) de la ciudad más cercana al cadáver debían traer una ternera de un año, degollarla junto a un arroyo y confesarse públicamente en nombre suyo y de la comunidad y declarar que no habían sido partícipes del crimen ni directa ni indirectamente, y luego pedir a HaShem que los perdonara tanto a ellos como a la comunidad contigua al lugar del asesinato. En virtud de esta impactante ceremonia, tanto los ancianos como el público en general habrían de realizar todo lo que estuviera al alcance de sus posibilidades para evitar un asesinato, e incluso resulta plausible que a raíz de esta acción llegara un testimonio que ayudara a atrapar al criminal.
El presente precepto tenía lugar cuando el Tribunal Supremo (Beit HaDín HaGadol) que tenía su asiento en el lugar del Santuario, existía. Hoy en día, cuando nos vemos privados de cumplir con este precepto, resulta apropiado inspirarnos en él y establecer que, tras la comisión de un asesinato, se reúnan los dirigentes más conspicuos o ilustres de la comunidad: el jefe de la policía, así como los representantes del sistema educativo y los rabinos a fin de hacer un balance y evaluación. Todo esto, a fin de analizar si obraron al máximo de sus posibilidades a fin de evitar tamaña desgracia, y por sobre todo, evaluar qué medidas tomar a fin de evitar en el futuro circunstancias tan graves que conduzcan a un asesinato.