Así como está prohibido asesinar al prójimo, de igual manera está prohibido quitarse la vida. En cierta forma, el pecado de quien se suicida es mayor que el de quien asesina, pues el suicida niega también la bondad de HaShem y Su providencia para con Sus creaturas. Esto y más, por todos los pecados se puede retornar en arrepentimiento mientras que quien comete suicidio muere en su pecado y ya no puede arrepentirse. El suicida imagina que por medio de su acto se salvará de sus tormentos, al tiempo que hace caso omiso del castigo que tiene previsto en el más allá (Olam HaEmet como lo definieron nuestros sabios), que es peor que cualquiera de sus sufrimientos en este mundo.
Para condenar este pecado y evitar que otras personas lo imiten, no se recitan discursos fúnebres por suicidas, no se los honra por medio de un funeral ni se los entierra junto a los demás fallecidos, para no sepultar a quien obró con maldad para consigo mismo con el común de la gente. Sin embargo, si resulta posible explicar que el suicida actuó de ese modo en un momento de desvarío, se lo juzga favorablemente y se cumplen con él todas las costumbres luctuosas habituales, pero aun así, no se honra al fallecido por causa de un suicidio tal como se procede con un fallecido común.