Una vez que las tierras fueron distribuidas entre los israelitas equitativamente, aquellos que escogieron el bien y trabajaron sus campos diligentemente, recolectaron abundantes cosechas y se enriquecieron, mientras que aquellos que escogieron por el mal camino se vieron arrastrados por sus pasiones y holgazanería, descuidaron sus parcelas y sufrieron de escasez. Si estos últimos no reaccionaron a tiempo y se pusieron a trabajar intensamente, con el correr del tiempo se vieron en la necesidad de vender sus campos y sus casas, condenando así a sus familias a una vida de carencias, ya que la tierra era en esos días el principal medio de producción. HaShem tuvo piedad de ellos y especialmente de los miembros de sus familias y estableció el precepto del jubileo (yovel), según el cual una vez cada cincuenta años todos los campos que fueron vendidos retornan a sus dueños originales. Si quien vendió el campo falleció, este es restituido a sus herederos. De este modo, las familias israelitas no se veían condenadas a la indigencia por generaciones ya que cada cincuenta años cada una de ellas podía abrir una nueva etapa y salir del círculo de la pobreza.