En tiempos en los que el Templo de Jerusalém estaba en pie, era preceptivo ascender al Santuario en las tres festividades de la peregrinación y ofrendar allí tres sacrificios: uno por visitar el sitio sagrado y 'hacerse ver' delante de la Divina Presencia (olat reiá), otro de agradecimiento por la festividad (shalmei jaguigá) y otro de agradecimiento por la alegría (shalmei simjá). El precepto de peregrinar recaía sobre los varones como obligación, al tiempo que para las mujeres era opcional, para que en caso de ser necesario estas pudieran quedarse en la casa y atender a los bebés, a los enfermos y a los ancianos. Desde que se destruyó el Templo de Jerusalém este precepto quedó sin efecto, y los judíos procuraron ascender a Jerusalém hasta las inmediaciones del sitio del Santuario, ya que la santidad no se ha apartado de allí. Todo aquel que así procede cumple un precepto.
Es preceptivo ir a saludar al rabino en la festividad, para conectarse a él y recibir su Torá y su guía. Este precepto guarda una cierta similitud con el de peregrinar, tal como dijeron nuestros sabios: "Todo aquél que va al encuentro de su rabino se asemeja a quien va al encuentro de la Divina Presencia". Lo principal del precepto es participar de una clase de Torá impartida por el rabino. Sin embargo, quien se dirige al rabino y lo saluda deseándole 'jag sameaj' después del rezo, cumple también con el precepto.