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El precepto de la fe es creer en la existencia del Creador que es la fuente única y exclusiva de todo el universo, y es el único origen de la dimensión temporal. Él es uno y único, esto es, no hay otro como Él y no está compuesto de múltiples aspectos. Él es infinito, y por ende carece de forma, y no es posible definirlo por medio de ningún adjetivo ni fórmula, y todos los Nombres y atributos que se le adjudican en la Torá se refieren a Su manifestación ante nosotros de acuerdo con los límites de la conciencia humana y no a Él en sí mismo.
Del hecho de que D's es Uno, aprendemos que todas las creaturas particulares se hallan básicamente unidas, y por ello corresponde que los seres humanos vivan con amor el uno para con el otro, revelando con ello la armonía de la Creación al ser todas las creaturas solidarias unas con otras. Del hecho de que HaShem es infinito se desprende la aspiración infinita del ser humano por elevarse y perfeccionarse. Del hecho de que HaShem carece de definición alguna, aprendemos que se revela ante todas las creaturas limitadas sin excepción, tanto en las alturas celestiales como en la extensión de la tierra. Por ello, todo posee importancia, ya que contiene en su interior una chispa Divina especial que lo vivifica, y el ser humano, que fue creado a imagen de D's, debe descubrirlo en la plenitud de Su esplendor. Del hecho de que D's creó la dimensión temporal aprendemos que la Divinidad se revela en todo tiempo, en cada momento según su particularidad. En virtud de la gran importancia que posee la cuestión de la fe, se le dedican a esta los dos primeros de los Diez Mandamientos. El primero nos indica que se debe creer en D's que nos sacó de Egipto, en el segundo se nos ordena no desviarnos yendo tras la idolatría y se nos prohíbe hacer ídolos.
