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El precepto de honrar a los padres incluye el deber de justipreciarlos, analizar detenidamente en sus buenas acciones y virtudes personales y aprender de ellas, ya que el respeto debe estar basado en un genuino aprecio. Si bien a ojos de otros los padres de uno son vistos como personas comunes, es preceptivo para los hijos el profundizar en todos los aspectos positivos de su carácter hasta que les parezcan personas especialmente buenas.
Sin embargo, cuando se trata de padres transgresores en un área específica o si acusan carencias agudas en algunos aspectos de su personalidad, está terminantemente prohibido pasar por alto estas cuestiones, ya que de no mediar una toma de conciencia, es probable que los hijos sigan los caminos de sus progenitores. De todas maneras, a pesar de que corresponde tomar conciencia de los defectos paternos, es preceptivo celebrar sus virtudes y juzgar benévolamente sus defectos, que posiblemente sean consecuencia de circunstancias de vida difíciles y por ende su culpa sea menor. Los padres de una persona son sus raíces, y cuando el hijo los juzga duramente, potencia las raíces del mal que anidan en su propio interior. Por el contrario, cuando percibe lo bueno de sus padres, se conecta a sus propias raíces interiores buenas, potencia sus energías positivas y lleva adelante su vida con bien.
