Por medio del precepto del Shabat queda a las claras que la misión del ser humano no es el trabajo extenuante. De no ser por el pecado del primer Adam viviríamos aun en el Gan Edén y toda nuestra labor se realizaría con alegría y tranquilidad, sin preocupaciones o esfuerzos, y del Shabat recibiríamos una inspiración suplementaria para ello. A raíz de pecado, se decretó sobre nosotros que obtengamos nuestro sustento por medio del trabajo esforzado de la tierra. Esta dura labor tiene por cometido reparar el pecado, y por ello es de suma valía, sin embargo, es capaz de someter al ser humano a las necesidades materiales. El cese en la realización de toda labor en Shabat le permite al pueblo de Israel elevarse por sobre las preocupaciones del tiempo y las necesidades del espacio, rumbo a un ámbito de libertad y descanso, fe y poesía, dimensión del alma, especie de Mundo Venidero carente de la tensión que acompaña al esfuerzo por modificar la realidad y repararla. Aunque a un judío le falte en Shabat algo que no alcanzó a preparar en la víspera del día sagrado, o si se produjo un desperfecto que le causa malestar, debe aceptarlo con fe y parsimonia, deleitarse en HaShem y en la insondable bondad de la vida. En virtud de ello, la bendición y la santidad se extenderán a todas las acciones de los días de la semana. Es por esto por lo que los profetas y los sabios nos dijeron que la redención del pueblo de Israel depende de la observancia del Shabat.