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Nuestros sabios instituyeron la ablución de manos cada mañana para purificarnos previo al rezo y de cara a un nuevo día. Tras el lavado y antes del secado de las manos, se recita la siguiente bendición: 'Bendito eres Tú, HaShem nuestro Dios, Rey del universo, que nos ha santificado con Sus preceptos y nos ordenó el lavado de manos' (Baruj atá HaShem Elokeinu Melej Ha'olam asher kideshanu bemitzvotav vetzivanu al netilat yadaim). Por la mañana, el lavado de manos se realiza de una forma especial vertiendo alternadamente agua sobre cada mano tres veces, seis abluciones en total. Dijeron nuestros sabios que por la noche, cuando la persona se duerme y permanece inmóvil asemejándose a un muerto, reposa sobre esta un espíritu de impureza, y al despertarse y regresar su consciencia, este espíritu de impureza se retira de todo su cuerpo quedando un resabio de este únicamente en sus extremidades superiores, en las manos. Por medio del lavado de manos tres veces alternadamente se logra retirar este espíritu de impureza. Hay quienes entienden que esta impureza existía solamente en las generaciones primeras en las que el poder espiritual y místico de las personas era pronunciado, pero con el correr del tiempo la energía intelectual fue ocupando una posición central a expensas de las primeras, por lo que los espíritus de impureza se debilitaron y en su lugar tenemos entes inmateriales dañinos bajo la forma de ideas engañosas y falsas. De todas maneras, el deber de abluir las manos se mantiene fijo ya que implica la purificación y la preparación para el rezo y para un nuevo día.
