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El valor de la institución matrimonial

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El valor de la institución matrimonial

El precepto del matrimonio es sumamente valioso, pues a través de él el ser humano lleva a la práctica todos los valores a la vez: el amor, la santidad, la unión, la fe, la fidelidad, la alegría, la vida y la bendición. Por medio del matrimonio se cumplen dos grandes preceptos: el primero, el hecho mismo de la formación de una pareja que incluye el compromiso de cada uno de los cónyuges de amar al otro y preocuparse por su bienestar y su alegría; el segundo es el de 'creced y multiplicaos'.

Hay quienes sostienen erróneamente que según la halajá el matrimonio está destinado principalmente a cumplir el precepto de procrear, sin embargo la verdad es que el valor del amor en la pareja es de mayor importancia. Para entender esto es necesario retornar a los fundamentos de la fe: D´s creó al mundo carente para que los seres humanos puedan repararlo, y por medio de esto sean socios junto a HaShem de todo lo bueno que existe alcanzando así una alegría completa. La división es la carencia más profunda que existe en la Creación. Un solo D´s creó a todos los seres, pero en virtud de que ocultó Su luz las creaturas se alejaron de Él y se apartaron la una de la otra de modo tal que cada una de ellas solo se preocupa por sí misma. De esto derivan los conflictos, las rencillas, las discusiones y las guerras. El objetivo último de la fe israelita es atravesar los velos o tabiques, creer en un solo D´s y revelar la unicidad del mundo. Por ello, el precepto de "Amarás a tu prójimo como a ti mismo" es "la regla fundamental de la Torá" y la cúspide de su cumplimiento se da por medio del pacto matrimonial entre el hombre y su mujer, pues a través de este, dos personas separadas se unen por completo en alma y cuerpo. Muchas veces se presentan contradicciones entre el cuerpo y el alma, el alma anhela el bien y el cuerpo se ve atraído por el mal, el alma desea la eternidad y el cuerpo el placer efímero. En el precepto de matrimonio el alma y el cuerpo se unen, e incluso las pasiones corporales que pueden arrastrar al ser humano a pecar se revierten para bien y por medio de esta institución el excelso ideal de la fidelidad y la unidad se fusionan con el mayor de los placeres. Entonces, el valor moral de la plena entrega se une a la mayor de las alegrías.

Más allá de que toda la Creación es obra de D´s, siendo su fundamento la unidad, la conexión entre el hombre y su mujer es aún más profunda. Aprendimos de la creación de Adám y Javá que en un inicio estaban unidos espalda con espalda, y HaShem los separó. Cuando volvieron a unirse por propia elección tuvieron el mérito de hacerlo con un mucho mayor apego, que implica amor y fecundidad. Tal como fue dicho: "Hizo caer HaShem un sopor sobre el hombre y éste se durmió y tomó uno de sus costados y cerró la cavidad de la carne que había debajo.  Modeló HaShem el costado que había tomado del hombre - como mujer - y la condujo hasta el hombre. Dijo el hombre: Esta vez, hueso de mis huesos y carne de mi carne. A esta se la llamará: Ishá (mujer), pues del Ish (hombre) fue tomada. Por ello, el hombre deja a su padre y a su madre y se adhiere a su mujer y se tornan en una sola carne" (Bereshit-Génesis 2:21-24). Este es el desafío que se le presenta a todo muchacho y muchacha – encontrar su pareja y de ese modo completarse a sí mismos y al mundo. A partir de ello pueden acceder al segundo precepto – 'creced y multiplicaos'.

A tal punto es importante el valor del matrimonio, que nuestros sabios dijeron que una persona no casada "no es Adam", tal como fue dicho: "Este es el relato de las generaciones de Adam. Cuando creó D´s a Adam, a semejanza de D´s lo hizo. Macho y hembra los creó y los bendijo y los llamó con el nombre de Adam, cuando fueron creados" (ídem 5:1-2). Solamente cuando están en pareja la imagen de D´s que anida en ellos se revela en su completitud y en virtud de ello pueden ser bendecidos y fecundos, tal como fue dicho: "Creó D´s al ser humano a Su imagen, a la imagen de D´s lo creó: macho y hembra Él los creó. Los bendijo D´s y les dijo: creced y multiplicaos" (ídem 1:27-28). Dijeron además nuestros sabios, que todo aquel que no está casado "se encuentra carente de alegría, carente de bendición, carente de bien, carente de Torá, carente de muro protector y carente de paz". Por medio del matrimonio que se cumple con fidelidad, amor y alegría una luz superior fluye sobre la amante pareja añadiendo vida y bendición al mundo. Sobre esto estudió o interpretó Rabí Akiva: "Hombre y mujer, si son meritorios - la Divina Presencia posa entre ellos, si no lo son - un fuego los devora".

Explicaremos primeramente el valor del amor en el matrimonio que se manifiesta en el precepto del hombre de mantener relaciones íntimas y satisfacer sexualmente a su mujer (oná) y posteriormente el precepto de 'creced y multiplicaos'. Para poder cumplir estos maravillosos preceptos con pureza, la Torá nos otorgó la prohibición de mantener relaciones con una mujer que se encuentra en su periodo menstrual (en hebreo nidá, lit. 'apartada') al cual nos dedicaremos en el capítulo 9. Para cumplir estos preceptos con santidad la Torá nos legó las reglas del recato y del alejamiento de relaciones prohibidas, el instrumento del divorcio y todas las obligaciones patrimoniales entre cónyuges tal como se explicarán en el capítulo décimo, y de ese modo llegaremos al onceavo para referirnos a la ceremonia nupcial.

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