La procreación es un gran precepto de la Torá, y por cuanto que se trata de la base de la existencia humana es el primer mandato en mencionarse en el libro de Génesis, tal como se le dijera a Adam y a Javá: "Los bendijo D´s y les dijo: creced y multiplicaos" (Bereshit-Génesis 1:28). Por medio de este precepto el ser humano se encamina por la senda de HaShem, ya que, así como Él creó el mundo y lo sostiene, de igual manera el ser humano tiene hijos, se ocupa de ellos y los cría, transformándose así en socio del Eterno, tal como dijeran nuestros sabios: "Hay tres socios en la gestación de un ser humano: el Santo Bendito Él, su padre y su madre". Este es el objetivo primario y central de la Creación, tal como dijeran nuestros sabios: "El mundo no fue creado sino para procrear, tal como fue afirmado: 'no la creó (a la tierra) para el caos sino para que sea habitada'". Además, nuestros sabios dijeron que "todo aquel que salva una vida humana se considera como si hubiese dado existencia a un mundo entero", cuánto mayor es el mérito de los progenitores que traen un hijo al mundo, lo crían y lo educan con lo cual dan existencia a un mundo completo. Este precepto es tan primordial que nuestros sabios compararon a quien no se dedica a la procreación con aquel que derrama sangre y empequeñece la manifestación de la Divina Presencia en el mundo. Cada ser humano posee una particularidad y por ello revela un aspecto diferente de la imagen Divina, y quien se abstiene de dedicarse a la procreación empequeñece la revelación de D's en el mundo.