El testimonio es una de las herramientas fundamentales para el discernimiento del juicio y el fallo de una sentencia, por lo tanto, la Torá estableció que una persona que detente un testimonio que puede resultar de utilidad debe presentarse a testificar, y en caso de no hacerlo estaría incurriendo en una mala acción (Vaikrá-Levítico 5:1). Los jueces deben investigar y revisar muy bien a los testigos, no sea que haya contradicciones en sus testimonios o hayan interpretado equivocada o inexactamente aquello que vieron. La Torá advirtió gravemente a los testigos de no brindar falso testimonio, y tan importante resultan el juicio y el testimonio sobre el que este se basa que esta advertencia es mencionada en el noveno de los Diez Mandamientos. A modo de complemento de la prohibición de dar falso testimonio, la Torá ordenó castigar a los testigos que incurriesen en ello con la gravedad del castigo que su falsa declaración hubiese provocado al acusado, tal como fue dicho: "Cuando se erigiere un testigo falso contra un hombre, para testimoniar contra él falsedad […] Le habréis de hacer a él lo que había pensado hacer él a su hermano y extirparás al malo de en medio de ti" (Devarim-Deuteronomio 19: 16-19).