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Todos los seres humanos poseen un atributo básico de fe, que en muchos se manifiesta como fe en Dios, Quien es la fuente de toda vida y de todos los valores que le confieren a esta un significado trascendente y elevado. Se trata de valores que justifican dedicar la vida en aras de su realización. Entre ellos, hablamos de los valores de la verdad y el bien, del amor y la generosidad, de la rectitud y la justicia, de la dignidad y la fidelidad, de la valentía, la bondad y similares, los cuales se expresan con diferentes matices enfáticos y en diferentes combinaciones entre diversas personas y naciones.
En el pueblo de Israel, el atributo de la fe sobresale más que lo comúnmente aceptado entre las naciones, al punto de que todos los procesos históricos de Israel giran en torno a ese eje. Por ello el pueblo de Israel es denominado como "creyentes hijos de creyentes". En efecto, no existió en el mundo un pueblo en el que tantos de sus integrantes hayan dedicado su talento y su vida a su creencia. Esta, se manifiesta en el hecho de que jamás se contentan con una verdad o un bien limitados, sino que siempre aspiran a progresar mucho más, a conferirle al todo una significación moral más profunda, así como eterna. Por ello, el pueblo de Israel fue el apropiado para recibir la Torá Divina cuya raíz se halla en el Infinito, y siempre se pueden deducir y comprender de ella un sinfín de ideas y significados.
La fe israelita incluye la confianza de que es posible perfeccionar y elevar la realidad en todos sus aspectos llevándola a un plano superior. Esto se debe a que en todo anida una chispa de la Divinidad que, al revelarla con la ayuda de las directivas de la Torá y sus preceptos, nos permite mejorar la realidad. Para poder progresar, es necesario rechazar la idolatría y todas las convenciones que nos limitan y perturban nuestra continua búsqueda hacia la reparación y perfeccionamiento del mundo. Esta creencia es el fundamento del maravilloso optimismo del pueblo judío, el cual, a pesar del dolor y el sufrimiento experimentado a lo largo de la historia, mayor en intensidad que el de cualquier otra nación, jamás perdió su fe en la posibilidad de mejorar el mundo. Por efecto de esta fe, en el pueblo judío surgieron un sinnúmero de creadores de ideas sociales y científicas, revolucionarios y emprendedores. Los dos mandamientos que el pueblo de Israel recibió de boca del Eterno en el Monte Sinai, que incluyen la fe en Dios y el rechazo de la idolatría, son la base de su acción en el mundo.
