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El pecado de Adam

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El pecado de Adam

 "Ordenó HaShem Elohim al hombre diciendo: De todo árbol del jardín podrás comer.  Empero del árbol del conocimiento del bien y del mal no habrás de comer, pues el día en que comieres de él habrás de morir" (ídem 2:16-7). El ser humano se sustenta de aquello que logra asimilar en su interior, tanto ideas como alimentos, y HaShem le ordenó a Adam que comiera y se deleitara de todos los árboles del jardín ya que es capaz de digerir sus frutas, separar de ellas lo bueno y eliminar a su vez lo malo sin verse arrastrado por este. Sin embargo, le advirtió que no comiese del árbol del conocimiento del bien y del mal pues en sus frutos existe una mezcla de aspectos positivos y negativos en una intensidad tal que no podemos procesar, y en caso de comer de ellos – el mal contenido en estos penetrará su cuerpo y a su alma causando así su muerte. A propósito, este es el fundamento del buen conservadurismo, que se cuida de verse tentado por ideas nuevas y peligrosas, ya que, aunque posean aspectos positivos, su lado negativo es capaz de destruir todas las cosas buenas de la vida. 

Sin embargo, Adám pecó y comió del árbol del conocimiento del bien y del mal, siendo castigado con la expulsión del Jardín del Edén a una tierra que fue maldecida por causa de su transgresión, en la cual, para poder sustentarse habría de someterse a un duro trabajo hasta que muera y entonces su cuerpo retornaría a la tierra de la cual fue tomado. Lo mismo habrá de ocurrir con sus hijos, y así generación tras generación habrán de obtener su pan de la tierra con el sudor de su frente, y en un circuito extenuante de crisis continuas habrán de perfeccionar el mundo y desarrollarlo. Resulta así que el objeto último del castigo fue llevar al hombre al objetivo que tenía fijado desde un inicio, empero en vez de que este proceso sea llevado a cabo por el camino más fácil y agradable que es el del autoaprendizaje, esto ocurre por medio de pruebas y duros sufrimientos de los cuales el hombre aprende y a partir de los cuales avanza. Sin embargo, una vez culminada la reparación, cuando el mal se transforme en bien, la humanidad alcanzará el elevado escalón de Adam en el Jardín del Edén, ya que es superior la virtud alcanzada por quienes retornan (Ba'alei Teshuvá) y transforman el mal en bien, que la de aquellos justos que se mantuvieron alejados del mal, expresando únicamente 'el bien' definido como tal a lo largo de sus vidas.

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El diluvio y Noaj

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El diluvio y Noaj

Tras la expulsión del Edén los seres humanos comenzaron a aprender a mantenerse sobre la tierra, empero la maldad se apoderó del ser humano, y colmó sus hechos con pecados y aberraciones tales como el asesinato, el adulterio y la idolatría; y por sobre todo, la corrupción y el robo por parte de quienes detentaban posiciones de poder y autoridad, quienes echaron a perder todo lo bueno que quedaba. Ellos se aprovecharon de la naturaleza mas no la desarrollaron. Así, la humanidad fue deteriorándose hasta casi verse extinguida, y cuando la tierra se colmó de violencia y delito su sentencia fue sellada, debía ser borrada de la faz de la tierra por medio del diluvio. De todos los seres humanos que se hundieron en el pecado solamente Noaj resultó ser un justo íntegro, que no se vio arrastrado tras las malas compañías, sino que continuó dedicándose al establecimiento y desarrollo humano en la tierra por medio del arado y el cultivo. Por ello, HaShem le ordenó que construyese un arca con la cual se salvarían él y su familia junto a un macho y una hembra de cada especie animal o ave, y siete parejas de cada una de las especies puras (las especies aptas o kasher para su ingestión).

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Noaj y Abraham

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Noaj y Abraham

Si bien Noaj fue un hombre justo e íntegro, que, a diferencia de toda su generación que estaba sumida en la transgresión y la destrucción del mundo, del mundo, logró preservar su rectitud dedicándose a hacer viable este mundo, no se esforzó en hacer retornar en arrepentimiento a sus contemporáneos. Le era suficiente con conducirse él mismo diligente y éticamente. Es probable que con toda razón pensara que no había posibilidad alguna de que sus pares retornaran de sus malas acciones, y por ello prefirió mantenerse en su intachable rectitud y servir de ejemplo de vida honrada y laboriosidad honesta. Es por ello por lo que su legado es el de una conducta ética, buenas acciones y sumo cuidado de no corromper ni estropear la Creación, mas sin una gran visión Divina de aspiración permanente a una reparación del mundo.

Nuestro patriarca Abraham, en cambio, que nació en la décima generación posterior a Noaj, aspiró con todo su ser a forjar un mundo mejor y más perfecto. Percibió lo bueno que anidaba en el ser humano y deseó prodigar bondades a todas las creaturas, y a pesar de que estas hubieren pecado, insistió en hacerlas retornar en arrepentimiento y encaminarlas por la senda de la verdad y el bien. Se rebeló denodadamente contra la idolatría y la opresión del ser por doquier. Este es el legado del pueblo de Israel, que jamás se conforma con una reparación parcial de la realidad, sino que aspira siempre a un perfeccionamiento completo del mundo. Esta característica se inicia con el alma que HaShem confirió a Israel, una que procura alcanzar el apego a la Divinidad y a los ideales Divinos por medio de los cuales el mundo es reparado.

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Nuestro patriarca Abraham y nuestra matriarca Sará

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Nuestro patriarca Abraham y nuestra matriarca Sará

El pueblo de Israel cuenta con tres patriarcas y cuatro matriarcas: Abraham, Ytzjak, Ya'akov; Sará, Rivká, Rajel y Leá. Recordemos aquí brevemente su legado y algo del relato de sus vidas.

Los precursores de la fe en el mundo fueron nuestro patriarca Abraham y nuestra matriarca Sará, quienes se apegaron a la creencia en un solo Dios y en la realización de actos benevolentes. Abrieron su tienda a los viajeros, estuvieron junto a sus parientes en los momentos difíciles y acercaron a multitudes a la fe en un solo Dios. Sin embargo, nuestra matriarca Sará era estéril y durante años la pareja no tuvo la dicha de dar a luz. Se trataba de una gran prueba, ya que a veces, los grandes creyentes no logran alcanzar lo que resulta común a la mayoría de las personas. A diferencia de lo aceptado en esos tiempos, Abraham no procuró desposar otra mujer. HaShem se le reveló y le dijo: "Mira ahora hacia el cielo y cuenta las estrellas… así será tu descendencia. Y él tuvo fe en HaShem y se lo consideró como mérito" (ídem 15:5-6). Pasaron aún muchos años más y al ver Sará que no daba a luz le trajo a Abraham su sierva egipcia para que sirviera como una suerte de "vientre de alquiler", que les diera a luz un niño que creciera en el regazo de ambas. Así nació Ishma'el, empero la esperanza de nuestra matriarca Sará de que Hagar continuara manteniéndole el respeto y criara a su hijo a la luz del legado de los patriarcas no se vio realizada.

Abraham y Sará continuaron en su camino, inculcando la fe y la benevolencia a las creaturas. Mientras tanto, nuestro patriarca Abraham fue preceptuado de realizar la circuncisión. Luego, durante un caluroso mediodía, HaShem les envió tres ángeles que parecían viajeros, y tanto Abraham como Sará, tal como era habitual en ellos, les sirvieron alimentos y bebidas. Durante la comida uno de los huéspedes se reveló como ángel y anunció que el próximo año les habría de nacer un niño. En la tradición judía se considera que el día en que los ángeles llegaron fue el tercero tras la circuncisión de Abraham, el día en que sus dolores se intensificaron. Dado que ese era un día especialmente caluroso, era de esperar que Abraham estuviese recostado en su tienda. Sin embargo, a pesar de ello, Abraham no dejó pasar la posibilidad de recibir huéspedes, pues justamente en un día cálido los viajeros procuran protegerse del inclemente sol. Por ello, estaba sentado en la entrada de su tienda, y al ver a los tres viajeros corrió hacia ellos para invitarles y tuvo el mérito junto a Sará de recibir la buena noticia. Tras el nacimiento de su hijo Ytzjak, Ishma'el comenzó a ir por malos caminos. Al ver nuestra matriarca Sará que este joven podía llegar a dañar a su hijo Ytzjak y destruir así su proyecto espiritual, exigió su expulsión y la de su madre Hagar que lo educó por mal camino. La exigencia de Sará apesadumbró mucho a Abraham, pero HaShem se le reveló y le dijo: "Mas Elohim dijo a Abraham: No te apenes por el niño ni por tu sierva; todo lo que te dijere Sará habrás de cumplir, pues por Ytzjak tu descendencia llevará tu nombre. Y también al hijo de la esclava lo convertiré en pueblo, pues descendencia tuya es" (ídem 21:12-13). De ese modo, nuestra matriarca Sará se aseguró la continuidad de su legado.

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Akedat Ytzjak: Las ataduras de Ytzjak

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Akedat Ytzjak: Las ataduras de Ytzjak

"Aconteció después de estos eventos, que Elohim sometió a prueba a Abraham y le dijo: Abraham, y él dijo: Heme aquí. Y Él dijo: Toma, ahora, a tu hijo, tu único, a quien amas, a Itzjak y vete a la tierra de Moriá y ofrécelo allí como holocausto sobre uno de los montes que Yo habré de indicarte" (Bereshit-Génesis 22:1-2). La prueba fue estremecedora, empero Abraham se mantuvo apegado a su fe en HaShem, y dado que la orden Divina que había recibido por medio de la profecía era clara y contundente, cumplió con Su mandato con humildad. Si bien no entendió por qué HaShem le había ordenado cosa semejante ni cuál era el propósito, dado que sabía que la orden provenía de HaShem, Creador del universo y fuente de la vida, el bien, la verdad, la justicia y la moral – cumplió con ella. Y se levantó Abraham temprano por la mañana y llevó a su único hijo al Monte Moriá y rápidamente lo colocó sobre el altar para sacrificarlo. 

"Mas el emisario de HaShem lo llamó desde los cielos y dijo: Abraham, Abraham; y éste dijo: heme aquí. Y dijo: No extiendas tu mano contra el niño y no le hagas nada, pues ahora Yo sé que eres temeroso de Elohim, pues no Me has negado a tu hijo — a tu único… Y dijo: Por Mí he jurado — dice HaShem —puesto que tú has hecho esta cosa y no Me negaste ni aún a tu hijo, a tu único. Bendecir habré de bendecirte y acrecentar habré de acrecentar a tu descendencia, cual estrellas de los cielos y como la arena de las orillas del mar y poseerá tu descendencia las ciudades de sus adversarios. Y serán bendecidos por tu descendencia todas las naciones de la tierra, puesto que tú has obedecido Mi mandato" (ídem 22:11-12, 16-18).

Entonces, resultó claro que desde un inicio no hubo intención de que Abraham sacrificase a su hijo Ytzjak, tal como lo solían hacer los pueblos idólatras que lo rodeaban, los cuales ofrendaban a sus niños para apaciguar a sus deidades. Sin embargo, la voluntad del Creador fue revelar la intensidad de la fe de Abraham e Ytzjak, quienes estaban dispuestos a sacrificar todo cuanto poseían en aras de revelar la palabra de HaShem y Su bendición al mundo. Tiempo después, la Divina Presencia reposó en el sitio de la Akedá, en el Monte Moriá, y los hijos de Israel construyeron allí el Templo de Jerusalém. Por generaciones, la Akedá de Ytzjak sirvió como ejemplo de fe y entrega en aras de la santificación del Nombre Divino y la revelación de Su fe y Su moral en el mundo.

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Nuestro patriarca Ytzjak y nuestra matriarca Rivká

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Nuestro patriarca Ytzjak y nuestra matriarca Rivká

El desafío que se presentaba ante nuestro patriarca Ytzjak era el de continuar el legado de su gran padre, quien reveló la luz de la fe en el mundo. A veces resulta más sencillo iniciar un nuevo camino que mantenerse en él. Nuestro patriarca Ytzjak exhibió constancia, con fidelidad y heroísmo. Uno de los hechos característicos de su vida es el haber nacido y vivido en la tierra de Israel sin jamás haber salido de esta. Incluso en tiempos de hambruna, cuando pensó descender a Egipto tal como lo había hecho anteriormente su padre, HaShem se le reveló y le ordenó permanecer en el país. Fue diligente y exitoso en las labores agrícolas, e incluso tuvo la buena idea de volver a habilitar los pozos de agua que había cavado inicialmente su padre y que los filisteos habían tapado. El relato de cómo encontró mujer caracteriza el legado de generosidad del hogar de Abraham y Sará. Eliezer, el siervo de Abraham, quiso poner a prueba la aptitud de la candidata para asegurarse de que fuera digna de Ytzjak. Decidió que al llegar a Jarán se detendría junto a un manantial y pediría a las muchachas que llegaran que le proveyeran de un poco de agua, y la joven que accediese a su pedido y le ofreciese además por iniciativa propia dar también de beber a sus camellos - sería la indicada.

HaShem hizo que Rivká, perteneciente a la familia de Abraham, fuese quien saliese a su encuentro. Al pedirle Eliezer un poco de agua ella se apresuró a darle de beber de su propia vasija, para más tarde dirigirse al pozo presurosa y extraer de este abundante agua, hasta saciar a todos los sedientos camellos. 

Nuestra matriarca Rivká fue también estéril, pero tras años de plegarias finalmente fue recordada por el Creador y resultó un embarazo de mellizos, Esav y Yaa'kov. Los caminos de los hermanos se separaron, Ya'akov era un hombre íntegro que habitaba las tiendas mientras que Esav era un hombre de campo y un cazador, dispuesto a matar para obtener aquello que deseaba. Al ver Ya'akov que Esav no era apto para continuar el legado familiar y despreciaba la función de primogénito que implicaba llevar adelante la herencia de la fe, le compró la primogenitura a cambio de un potaje de lentejas. Cuando Ytzjak envejeció y sus ojos ya no veían, pidió bendecir a su primogénito. Rivká, sin embargo, que conocía la conducta de Esav y sabía que no era la persona apropiada para continuar con su legado, le ordenó a su hijo Ya'akov que se disfrazase de Esav para así recibir la bendición en su lugar. Así fue, Ytzjak bendijo a Ya'akov y cuando entendió que se había equivocado no se retractó, sino que consintió en que la bendición recayera sobre Ya'akov. Aparentemente, él también estaba al tanto de las andanzas de Esav, pero creía que por ser el primogénito, su deber era bendecirlo. Al entender que por equivocación bendijo a Ya'akov, y que antes de ello Esav le había vendido la primogenitura a su hermano, quedó satisfecho, convencido de que HaShem había causado que su bendición finalmente hubiese llegado al hermano menor.

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Nuestro patriarca Ya'akov

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Nuestro patriarca Ya'akov

Cuando nuestra matriarca Rivká entendió que su hijo Esav planeaba matar a Ya'akov por haber tomado su bendición, se preocupó de enviarlo donde su familia en Jarán para que encontrara allí pareja y luego regresase. Ella incluso pidió a Ytzjak que lo bendijese, por lo que este le otorgó la bendición de Abraham de que creciera, se multiplicara y heredara la tierra. Al llegar Ya'akov a Jarán encontró a Rajel, hija del hermano de su madre 'y se enamoró'. Para poder desposarla, aceptó la exigencia de Labán y trabajó para él durante siete años. Al final de los siete años, en la noche de su boda, Labán intercambió a Rajel por su hija mayor Leá, y por la mañana Ya'akov entendió que había desposado a esta última. Cuando expresó su indignación ante Labán por lo ocurrido, su suegro le ofreció comprometerse a trabajar otros siete años a cambio de desposar también a Rajel. El poder estaba en manos de Labán, quien en caso de necesidad estaba dispuesto a eliminar a quienes se interpusieran en su camino. Así, Ya'akov tuvo que trabajar siete años más, y al culminar el período de trabajo por sus dos mujeres, trabajó seis años más como socio de Labán, para poder acumular patrimonio.

Poco antes de volver a la tierra de Israel, y a pesar de que Labán le había engañado ya varias veces, Ya'akov trabajó con esmero durante veinte años pastoreando fielmente el rebaño tanto en los tórridos días del verano como en las gélidas noches del invierno, y en mérito de ello HaShem lo cuidó y bendijo su labor.

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Nuestras matriarcas Rajel y Leá y las tribus

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Nuestras matriarcas Rajel y Leá y las tribus

Nuestra matriarca Leá amaba de sobremanera a Ya'akov y tuvo el mérito de darle seis hijos varones: Reubén, Shim'ón, Leví, Yehudá, Isajar y Zevulún, además de una hija llamada Diná. Nuestra matriarca Rajel, que era la mujer más amada por Ya'akov, fue estéril durante muchos años y cuando ya había perdido las esperanzas de poder dar a luz le dio a Ya'akov a su sierva Bilhá para que por su intermedio puediera tener hijos, por lo que de este modo nacieron: Dan y Naftalí. Leá siguió también su ejemplo y le dio a Ya'akov a su sierva Zilpá, de la que nacieron dos varones: Gad y Asher. Finalmente, Rajel logró también dar a luz dos hijos: Yosef y Biniamín, pero falleció durante el parto de este último. Estos son los doce hijos de Ya'akov y cada uno de ellos se convertiría en el padre de una tribu de Israel. Cuando Ya'akov retornó a su tierra natal luchó con un ángel y recibió el nombre 'Israel', y ese es el origen del nombre de nuestro pueblo. Del carácter de Rajel y Leá se desprenden numerosas cuestiones y aspectos, existiendo diversas interpretaciones respecto a las características de sus hijos, cada uno de los cuales continuaron a su manera las particulares virtudes maternas heredadas.

Se desató una gran tensión entre los hijos de Leá, de edad adulta, y Yosef, el virtuoso hijo de Rajel, el cual era especialmente querido por su padre Ya'akov. Los hermanos pensaron que al igual que en los casos de Yshma'el y Esav, tampoco Yosef era apto para ser parte del legado de su padre Ya'akov y lo vendieron como esclavo a Egipto. A su padre le dijeron que había sido devorado por un animal salvaje. El dolor de Ya'akov por la pérdida de su amado y talentoso hijo, huérfano de su amada Rajel, no conocía límite. Por largos y sinuosos caminos llegó finalmente el esclavo Yosef ante Par'ó rey de Egipto, descifró sus sueños y salvó a su reino de la hambruna. De ese modo ascendió y se transformó en el virrey de Egipto. A causa del hambre, los hermanos de Yosef descendieron a Egipto para comprar alimento, y allí Yosef a quien sus hermanos  no habían reconocido, los puso a prueba, y en su dolor expresaron arrepentimiento por haber vendido a su hermano. Al ver Yosef que habían retornado de su mala acción prorrumpió en llanto, les reveló quién era, los perdonó por haberlo vendido y les pidió que avisasen a su padre Ya'akov de que estaba vivo y era el virrey de Egipto. En virtud de esto, toda la familia descendió a Egipto.

Nuestro patriarca Ya'akov atravesó dificultades y penas a lo largo de su vida, en su enfrentamiento con su hermano Esav, en la complicación de sus esponsales y en la estafa de Labán, en la muerte de su esposa Rajel al dar a luz a Biniamín, y en las dificultades propias de la crianza de los hijos y su educación, siendo la terrible cúspide de sus desventuras la riña de los hermanos con Yosef que llegaron a venderlo como esclavo. Sin embargo, por el mérito de su apego a la fe y servicio al Creador, finalmente todos los pecados fueron corregidos, sus hijos volvieron a unirse, todos juntos sin excepción alguna estuvieron alrededor de su lecho de muerte en tiempos de partir de este mundo y recibieron su testamento: unirse firmemente al legado de sus padres.

Según la tradición judía, previo a su fallecimiento Ya'akov estaba preocupado de que tras su deceso, alguno de sus hijos no siga el camino de la fe, por lo que los doce hijos dijeron: "Escucha Israel, HaShem es nuestro Dios, HaShem es Uno". Esto significa: "Nuestro padre Israel, disipa la preocupación de tu corazón, HaShem tu Dios es nuestro Dios, Él es Uno y no hay otro". De ese modo se tranquilizó y les respondió: "Bendito sea el Nombre de Su glorioso Reino por siempre". En sus últimas palabras pidió que lo regresasen a la tierra de Israel, a la tumba de sus padres en la cueva de Majpelá que se encuentra en Jevrón. Esa fue la última visita al país antes de que comenzasen los duros años de la esclavitud en Egipto.

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El cruce del Mar de los Juncos

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El cruce del Mar de los Juncos

Una vez que los egipcios se rindieron y aceptaron liberar a los hijos de Israel, HaShem reforzó su corazón de manera tal que solamente retornando en arrepentimiento completo puediesen aceptar la liberación de los israelitas. De no arrepentirse, se verían colmados de valor y correrían tras ellos para volver a subyugarlos. Así fue como los egipcios persiguieron a los israelitas con la totalidad de su ejército y los alcanzaron junto al Mar de los Juncos. Al ver Israel a los egipcios clamaron a HaShem, y Él les respondió que en lugar de gritar pidiendo ayuda comenzasen a salvarse a sí mismos entrando al mar. Una vez que los hijos de Israel, dirigidos por Moshé, comenzaron a ingresar al mar ocurrió el gran milagro: el mar se abrió y los israelitas lo atravesaron sobre tierra seca mientras el ejército egipcio los perseguía. Cuando los últimos israelitas salieron del mar, este volvió a su estado normal y todo el ejército egipcio se hundió en medio de las aguas.

En ocasiones normales, el milagro no es un aspecto deseado, pues el Todopoderoso creó la naturaleza y sus leyes, para que el ser humano, dotado a tal fin, aprendiera a utilizarlos de la mejor manera. Sin embargo, con la finalidad de revelar al mundo entero la fe y el poder del Creador así como Su providencia y custodia por Su pueblo, HaShem propinó un duro castigo a Egipto por medio de las 'Diez Plagas', y tras la salida de Egipto de los hijos de Israel, partió las aguas del Mar de los Juncos haciendo pasar a Sus hijos en medio del mar.

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La entrega de la Torá en Sinai

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La entrega de la Torá en Sinai

Una vez que los judíos aceptaron recibir la Torá tuvo lugar el evento más grande y maravilloso de la historia universal, en el cual un pueblo entero escuchó de pie la voz de Dios que le hablaba. "Hubo truenos, relámpagos y nubes espesas sobre la montaña y un sonido de shofar muy fuerte. Y se estremeció todo el pueblo que estaba en el campamento. Moshé sacó al pueblo al encuentro de Elohim desde el campamento, y ellos se mantuvieron erguidos en lo bajo de la montaña. Y el Monte Sinai humeaba todo él, porque había descendido sobre él HaShem con fuego, ascendía su humo cual humo de horno y se estremeció mucho toda la montaña.  Y ocurrió que el sonido del shofar se incrementaba mucho en fuerza. Moshé hablaba y Elohim le respondía con una voz.  Descendió HaShem sobre el Monte Sinai, sobre la cima de la montaña… y habló Elohim todas estas palabras, diciendo…" (ídem 19:16-20, 20:1). Entonces, le fueron pronunciados al pueblo de Israel los Diez Mandamientos. Fue un momento tan venerable y sublime, al punto de que los hijos de Israel temieron estar al borde de la muerte. Tal como está escrito: "Y todo el pueblo percibían los truenos y los relámpagos y el sonido del shofar y la montaña humeante. Y el pueblo lo vio, se conmovieron y se mantuvieron a lo lejos. Dijeron a Moshé: Habla tú con nosotros y obedeceremos; empero que no hable con nosotros Elohim, no sea que vayamos a morir". Moshé los tranquilizó y les explicó que el evento tenía como objetivo elevarlos y arraigar en su seno la fe para que puedieran sobreponerse a la inclinación al mal y no pecasen (ídem 20:15-17). En el Monte Sinai se reveló también el grado profético de nuestro maestro Moshé, superior al de todos los profetas habidos y por haber, quien fuera el escogido para recibir la Torá de HaShem y transmitírsela a Israel. Tras el magno evento, Moshé permaneció cuarenta días sobre el monte y allí recibió de HaShem las Tablas del Pacto que contienen los Diez Mandamientos, que son los fundamentos y la síntesis de la Torá. También después, durante los cuarenta años de travesía de Israel por el desierto, Moshé siguió recibiendo Torá de HaShem hasta su finalización con el relato del fallecimiento del profeta.

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Los Diez Mandamientos pronunciados en el Monte Sinai

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Los Diez Mandamientos pronunciados en el Monte Sinai

Dada la gran importancia de los Diez Mandamientos los transcribiremos literalmente (ídem 2:2-13), con el agregado de una breve explicación. 

1) Yo soy HaShem, tu Dios, que te he sacado de la tierra de Egipto, de la casa de servidumbre. La fe se aprende por medio del relato de la revelación de HaShem a Israel.

2) No tendrás otros dioses ante Mí.  No te harás escultura ni imagen alguna que se halle en los cielos arriba, en la tierra abajo, o en las aguas bajo la tierra.  No te prosternarás ante ellos ni los sirvas, porque Yo soy HaShem, tu Dios; Dios que con celo hago recordar la iniquidad de los padres sobre los hijos, sobre la tercera y la cuarta generación, para aquellos que Me aborrecen. Mas manifiesto benevolencia para miles de generaciones, para los que Me aman y para los que observan Mis preceptos (Respecto de los preceptos de la fe y la prohibición de la idolatría, los veremos específicamente en 15:6-7 y 13).

3) No pronuncies el Nombre de HaShem, tu Dios, en vano; pues HaShem no eximirá a aquel que pronuncie Su Nombre en vano. A continuación de los dos mandamientos anteriores, que se ocupan de la fe en HaShem y la negación de la idolatría, el presente tiene por objetivo sentar una relación de respeto hacia HaShem, a través de no mencionarlo en vano, especialmente en el marco de un juramento. 

4) Recuerda el día de Shabat, para consagrarlo. Seis días trabajarás y harás todo tu trabajo. Empero el día séptimo es Shabat, para HaShem tu Dios; no harás trabajo alguno, ni tú ni tu hijo ni tu hija, ni tu siervo ni tu sierva, ni tu bestia, ni el extranjero que mora en tus ciudades.  Pues en seis días hizo HaShem los cielos y la tierra, el mar y todo lo que ellos contienen y reposó en el día séptimo. Por eso bendijo HaShem el día de Shabat y lo consagró. La fe en HaShem se revela en todos los ámbitos, incluido el tiempo. El Shabat es el día en el cual se nos ordenó cesar de la realización de labores, profundizar en los fundamentos de la fe y dedicarnos al estudio de la Torá en reposo y con deleite (Respecto del precepto del Shabat ver adelante en capítulos 26-28).

5) Honra a tu padre y a tu madre, para que se prolonguen tus días sobre la tierra, que HaShem tu Dios te da a ti. A continuación del precepto de honrar a Dios, viene el de honrar a los padres. El principio moral de ser agradecido es un valor fundacional, cuando lo cumplimos para con los padres nos abrimos a cumplirlo con todos los seres humanos, y por sobre todo con el Creador (Respecto de este precepto, ver adelante cap. 12).

6) No asesinarás. En este precepto aprendemos la santidad de la vida del ser humano que fue creado a imagen de Dios por lo que está prohibido atacar su vida, y de esto se desprenden numerosos preceptos destinados a preservar la vida y sostenerla (Ver adelante en cap. 4).

7) No cometerás adulterio. Este precepto está destinado a evitar que la santidad del pacto matrimonial se vea afectada (Respecto de este precepto y sus derivaciones ver adelante caps. 8-11).

8) No robarás. El valor del ser humano se expresa también por el respeto a su trabajo y su creación, por lo tanto, está prohibido robar cosas pertenecientes al prójimo y a fortiori que está prohibido robar un ser humano y transformarlo en esclavo. Además de afectar a la persona concreta a la cual se roba, esta transgresión atenta contra la motivación por trabajar y producir lo que a su vez conduce a una sociedad pobre y carenciada (Respecto de este precepto ver caps. 3 y 5).

9) No darás falso testimonio. Se trata de la prohibición de testificar falsamente ante un tribunal. Este, al igual que otros preceptos de la Torá, están destinado a reforzar el estatus del sistema judicial y permitir que este sentencie dictámenes justos (Respecto de este precepto ver cap. 7).

10) No codiciarás la mujer de tu prójimo ni su siervo ni su sierva, ni su buey ni su asno, ni nada de lo que es de tu prójimo. El deseo y la codicia son los padres de las transgresiones del hombre para con su prójimo, por ello la Torá ordenó restringir la mala inclinación desde un inicio, cuando aún se encuentra en la etapa de la codicia (ver adelante 3:33).